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De Salvadora

Perlas

El corazón es un individuo malhumorado, solicita una atención plena y de no ser así, se enfurruña y me hace guardar silencio. Cuando llegan a surgir esas conversaciones profundas en las que se involucra más que las palabras, solicita un interlocutor atento que guíe con sapiencia mis reflexiones

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Perlas

El corazón es un individuo malhumorado, solicita una atención plena y de no ser así, se enfurruña y me hace guardar silencio. Cuando llegan a surgir esas conversaciones profundas en las que se involucra más que las palabras, solicita un interlocutor atento que guíe con sapiencia mis reflexiones, pueda expresarlas y depositarlas en un lugar seguro.

Sí, a veces los embalses se derraman y es necesario abrir las compuertas para que no destrocen nada en su loca carrera. Bueno, en realidad así es como ocurre conmigo, y cuando esto sucede, las palabras corren pendiente abajo, como una corriente vertiginosa que arrasara todo a su paso. Otras veces, ruedan lento, son candentes como la lava de un volcán, son sílabas de fuego que arden y consumen con su simple expresión, y es por eso que requieren de una amplia atención y empatía extrema para no dar marcha atrás y consumirme. 

Algo así me sucedió contigo, comencé a contarte apresurada mis preocupaciones de forma atropellada buscando el refugio de tu escucha. Tú, contestabas con monosílabos, con una voz insensible y extraña, para colmo, se escuchaba el ruido de fondo de una televisión. Te lo hice notar mas no reparaste en ello, sólo afirmaste; ah sí, es la tele, sin apagarla. Respecto a mí, me estabas haciendo sentir que te daba igual lo que pasara conmigo. Mi mente rápida se imaginó la escena, tu sentada en tu sillón metida en la historia de la pantalla, seguramente molesta por mi intromisión, contestando con desgana. 

Entonces sentí el corazón enfurruñado y enmudecí, se me quitaron las ganas de hablar, quise cortar la comunicación y te dije que te devolvería la llamada, a lo que tu aliviada dijiste que sí. Después de eso, mis palabras resbalaron silenciosas a un lugar incierto dentro de mí y se acumularon con otras que en otras ocasiones se rehusaron a ver la luz. Ahora, las sentía vibrar dentro de una ostra cerrada, sepultadas bajo capas de concha como una ostra marina. 

Entonces se me ocurrió la revelación de las perlas. ¿Qué acaso no se forman con basamentos de nácar, envolviendo algo que lástima? Sí es así, las palabras que he guardado sólo para mí, con toda seguridad han evolucionado hasta ser perlas de valor infinito. Debo de confesar que ante estos pensamientos mi corazón se fue calmando hasta quedar completamente tranquilo y retomar su ritmo cadencioso. Era pues preferible conservarlas para mí que aventarlas al vacío. ¿A ver dime, tú crees que hubiera podido soportar la desvalorización de mis sentimientos, el hastió de tu voz monótona, piensas acaso que yo haría eso contigo? Claro está, el colgar fue la más sabia decisión tomada, sin duda alguna. 

Sin embargo, la idea de las perlas me acompañó, se quedó en pausa y espera hasta que quedó la casa y la calle silenciosas, entonces abandoné mi cuerpo que quedé laxo, ajeno, y entré al estanque tranquilo de mis sueños. A brazadas lentas disfrutando el frescor del agua, alcancé la orilla, posteriormente me interné en una caverna, al poco andar, observé que apiladas en cofres mis perlas nacaradas refulgían. Tal vez esa sea la maravilla de los sueños que no me percato ni tengo la conciencia de que estoy soñando. Yo en mi realidad alterna, estaba presenciando la evolución de mis palabras en una cueva de tesoros escondidos ¡Los míos, los míos!

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