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Un Vocho en palacio

Con los variados recursos del video, la cerámica, la escultura, la fotografía y el ensamblaje, Ortega descifra los idiomas secretos de la realidad.

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Un Vocho en palacio

En 1991 Antonio Castro, que hoy es uno de los principales directores de teatro en México, visitó el departamento de Damián Ortega, con quien había compartido los indecisos años de la preparatoria. Encontró a su amigo ante un reguero de piezas indescifrables. Damián había desarmado una motocicleta Carabela con la pasión de un anarquista de la relojería convencido de que los engranes sirven para separarse. En el colegio había derrochado talento para el dibujo y la caricatura; sin embargo, ahora estaba rodeado de tuercas y tornillos. Antonio sintió el desasosiego que sobreviene cuando un amigo extravía el rumbo. No podía saber que esa marea de objetos dispersos anunciaba una de las vocaciones artísticas más notables del México contemporáneo.

Desde el 9 de abril, el museo del Palacio de Bellas Artes exhibe la exposición Pico y elote, primera retrospectiva nacional de Damián Ortega, quien ya había expuesto en la Tate Modern de Londres, la Kunsthalle de Basilea y el Reina Sofía de Madrid.

Lo inesperado llega a los mármoles del Palacio. En una ciudad con serios problemas de estacionamiento, Ortega logra que Bellas Artes se convierta en un insólito garaje. Su pieza Cosmic Thing, que sorprendió en la Bienal de Venecia, es un Vocho en estallido: las piezas cuelgan del techo como si hubieran pasado por un big bang automotriz. El caos que Castro contempló en 1991 adquirió sentido en 2002: sin otra ayuda que una llave de tuercas, Ortega alteró el lenguaje de lo real: desarmó un auto y lo convirtió en móvil.

México es una potencia mundial del ensamblaje de vehículos, pero también de su deconstrucción. En los años noventa, si te robaban un Vocho, a la semana siguiente ya estaba integrado en veinte Vochos a los que les hacían falta refacciones. Cosmic Thing surgió cuando el VW sedán dejaba de producirse, de modo que se convirtió en instantáneo fósil de la tecnología. Ortega decidió que su color fuera gris para que la gente se fijara mejor en las partes que lo constituyen. Cada elemento funciona en relación con otro: entre todos, conjugan un lenguaje.

El hilo conductor de Pico y elote es la gramática de los objetos, a la que pertenecen las herramientas. Con los variados recursos del video, la cerámica, la escultura, la fotografía y el ensamblaje, Ortega descifra los idiomas secretos de la realidad.

No todos sus colegas son humanos. En Nigeria conoció a chimpancés que muerden ramas para convertirlas en utensilios que les permiten explorar hormigueros. Pico y elote rinde ingenioso homenaje a Darwin y exhibe los instrumentos de los monos de los que descienden nuestros serruchos.

Una pieza encontró su lugar ideal en el Palacio. En 2007 Ortega colgó del techo una galaxia de herramientas en fuga. Esa singular ferretería rendía tributo al mural de Diego Rivera El hombre, controlador del universo, de 1934, que se encuentra precisamente en Bellas Artes. En tiempos de la inteligencia artificial ambas obras cobran nuevo significado. ¿En verdad controlamos el entorno? Rivera retrata los portentos de la ciencia y Ortega despliega útiles que sirven para el trabajo manual; sin embargo, los espectadores pertenecemos a la primera generación que puede ser sustituida por máquinas. En el umbral de lo posthumano, Rivera y Ortega describen un universo en expansión que aún podía ser entendido y regulado.

La idea de explorar lenguajes se refuerza en Cosecha, instalación integrada por fierros retorcidos que conforman una escritura. Como sucede con la taquigrafía, los trazos incomprensibles representan letras. Ortega explora los misterios de la lengua materna; para perfeccionar esta idea, convirtió la caligrafía de su madre en intrincadas volutas de fierro que son "traducidas" por la luz que cae del techo: sus sombras trazan un nítido alfabeto. 

Si algo define la imaginación de Ortega es el humor, según demuestra Pico cansado, cuyo mango fue reblandecido por la jornada laboral, o los muchos avatares de la botella de Coca-Cola.

"Tenemos de genios lo que conservamos de niños", escribió Baudelaire. La mente infantil sabe que lo mejor de un juguete es el empaque y la posibilidad de desarmarlo. Con los años nos limitamos a obedecer las "instrucciones de uso". En su fecunda rebeldía, Damián Ortega se niega a aceptar las "cosas como son": denle un desarmador y demostrará que la realidad tiene escondida una obra de arte.

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