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LA TRINCA DEL CUENTO NRO. 396

La Apuesta

—No quería pagar mi apuesta. Pero juré por Dios cumplir si yo perdía

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La Apuesta

Por Jorge Alberto Bojalil Soto - Al Gabiila

—No quería pagar mi apuesta. Pero juré por Dios cumplir si yo perdía.

Parecería una apuesta inverosímil para ser aceptada por todo un dirigente del partido Movimiento Nacional, pero dentro de esa organización político-religiosa era una especie de ritual con el que se dirimían algunos asuntos respetando ciertas formalidades. Lo curioso es que les resultaba imposible pensar poner en juego un reto en esos términos.

—¿Por qué aceptaste un desafío así? Atenta contra nuestros valores religiosos. 

—Estimado compañero, Rommel Librado Church Pickles, usted como presidente de nuestro agrupamiento político lo sabe: mi objetivo es una curul para acabar con las herejías. Seremos el ejemplo de América Latina.

—Lo siento, acata ya tu compromiso. 

Hilarino del Verbo Encarnado Sandemetrio Bonachera y Fulga no pudo negarse, le interesaba tanto la diputación que se arriesgó. Cayó en la trampa tendida por sus correligionarios políticos que deseaban descartar su candidatura. En esos días, los grupos de poder al interior ponían en juego múltiples tretas cuando se trataba de sus intereses, algunos divinos y muchos otros monetarios.

—También lo terrenal de nuestras aspiraciones y alicientes materiales ayuda a combatir ideas peligrosas contra la moral y garantiza nuestra sana estabilidad financiera para mantenernos siempre firmes en la causa. —Decía Hilarino.

—¿Por qué? ¿Por qué? —Insistía Rommel.

—No tenía otra opción, mi grupo político estaba debilitado por las denuncias financieras en la prensa. Frente a esta situación, aunada a mi deber divino de restaurar la moralidad social, pensé que era lo único que me quedaba. Debemos legislar para crear el Ministerio de Cultura Religiosa Única. Ley que promoverá fusilar a todos esos rojos. Un mundo de regreso al amor de Dios. Acepté para salvar al país del pecado.

—Pero no salió así la estrategia.

—Estaba tan seguro. Pensé que, al comulgar a diario y con Dios de mi lado, seguro ganaría.

Toda la reputación de Hilarino Sandemetrio se socavó. 

En el Partido las apuestas se formalizaban, se juraba ante la Biblia bajo la mirada comprometedora de la Santísima Trinidad. Los padrinos históricos del juramento los representaban unas lujosas fotos de Pinochet y Francisco Franco. Al papa actual lo quitaron por considerarlo traidor a la fe. Una enorme lona con la figura de Marcial Maciel como testigo de honor fue colgada en el recinto. En caso de perder, era imposible incumplir con lo apostado. 

Sus opositores de la corriente “Enemigos de la Falsa Teología y de la Economía Comunitaria”, lo consideraban con influencias muy poco conservadoras que ponían en riesgo al futuro y valores nacionales. En pocas palabras, lo querían joder. Según ellos por sus tendencias izquierdistas. 

—Un día defendí al reparto cristiano de panes y pescados para la sociedad moderna. Me llamaron de semilla del mal, me tacharon de comunista. Afirmaron que esa fue una de las equivocaciones de Cristo, ya que dio origen al perverso socialismo. 

A pesar de sus palancas celestiales, perdió la apuesta. Consideró que nunca sucedería. El matrimonio homosexual se aprobó. Nunca contó con la misteriosa ausencia de algunos de sus diputados el día de la votación.

—Qué bajeza de golpe político me dieron. Ni siquiera Dios quiso oponérsele a esos proyectos de ley pecaminosos. —Pensó encolerizado. 

Hilarino era un ser tan religioso y comprometido con su Dios qué jamás blasfemaba. Por eso, haber aceptado vestirse de mujer estrafalaria en caso de perder, le causó temores extraterrenales.

¿Por qué había apostado? Porque juró que la divinidad no lo abandonaría al defender su fe. Lo imposible dejó de ser. Se vistió de mujer sofisticada, excéntrica, tenía que estar en la calle un mes. Una filtración de su nueva identidad callejera se escurrió misteriosamente desde su partido.

Escándalo. Dentro de Sandemetrio hasta sus tripas querían abandonarlo.

—Dios mío, mi Dios omnipotente ¿por qué a mí? Soy bueno, sólo odio a quienes deben despreciarse: los herejes, feministas, izquierdistas, punks, lgbttti+. Tú, mi Señor, debes proteger a tus hijos más fieles. —Pero su deidad simplemente no lo peló. 

Cumplir con su reto no iba contra sus opositores, lo hacía por espiritualidad. Pronto empezó a reprochar, a odiar lo divino. Lo maldijo. Su mente le aplicó el castigo de los débiles. Buscó quien lo ayudara a flagelarse. Nadie quería, convenció a un rabino, a un cura y a un pastor. No es que custodiaran la fe. El millón entregado a cada uno los convenció (y más la condición de no reportarlo a sus congregaciones). 

Ha de quedar registrado que como mujer no se veía mal. Cuando l@ confundían o lo reconocían le chiflaban, le agarraban sus nalgas. Por cierto, bien dotadas. Usó collares y joyas muy finas. —Dignas de una mujer estrafalaria. —Decía él.

Por delante, a manera de escudo oculto, lo protegía una tabla flexible que le contorneaba pechos y cintura. No quería que sus huestes religiosas ni otros misóginos lo lincharan. 

Lo vilipendiaron; todas religiones lo acusaban de traidor. Los homosexuales y el resto de la comunidad lo protegían desde antes que se revelara su identidad. Al conocerse ésta, los homosexuales no le dieron la espalda, lo siguieron apoyando.

Como los creyentes del Talmud y la nueva inquisición no cesaban de perseguirlo, Hilarino, inconsciente empezó por protegerse con los jotos, maricones no humanos como quiso decirles de cariño. Se auto odió. El averno sería muy poco castigo. Afuera, sufrió también el infierno para él y su familia.

Pensó en suicidarse, pero su Dios traidor aún se lo prohibía. Llegó a dudar de su existencia.

—Dios, si existieras, estoy seguro que me hubieras dicho:

—Estúpido para qué apuestas tan a lo pendejo. Te la buscaste, resuélvelo y no acuses a nadie.

Tantas respuestas posibles pasaban por su mente, que más se enfermaba por considerarse un ateo blasfemo. No comprendía por qué sólo los gays lo defendían, y hasta los ateos le mostraron solidaridad. El entorno lo tasajeaba.

Él, que tanto había servido al señor protegiendo a Marcial Maciel en transferencias secretas hacia el Vaticano. Él, que había apoyado a Pinochet, tras el ejemplo religioso de su padre quien respaldó a Franco y otras dictaduras anticomunistas. Él había caído en la desgracia.

—Y con los aliados que ahora me auxilian no sé cuál destino habrá de revolcarme. Jesucristo aplaca tu ira, tu justicia y tu rigor... 

Los grupos inmobiliarios que lo patrocinaban le negaron recursos, se pasaron al bando contrario. Él se especializó en los negocios unisex. Fundó su propio partido. Cuando lo amerita, luce con orgullo sus vestidos de mujer estrafalaria.

Jorge Bojalil Soto. Nacido en CDMX radica desde hace muchos años en Irapuato. Escribe bajo el nombre de Al Gabiila. Hace parte del libro de relatos Políticamente Incorrecto (2021) y del Taller de Escritura Creativa de Casa de Cultura en Chinacos.

Envíenos su cuento a: latrincadelcuento@gmail.com

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