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Elogio del verdugo

Mi generación recibió una de las más generosas enseñanzas del futbol: el talento de Gigi Riva nos hirió de maravilla y nos reveló, por primera vez y para siempre, la nobleza de admirar al adversario.

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Elogio del verdugo

Las figuras del Mundial de 1970 parecen alistarse para un inconcebible partido en el más allá. Después de las muertes de Pelé y Beckenbauer, el 22 de enero llegó el turno de Gigi Riva, el goleador italiano que se encargó de sacarnos de ese campeonato.

Los mitos son contradictorios. Riva nació en Lombardía, a orillas del Lago Maggiore, en la próspera Italia del norte, pero decidió que su suerte estuviera al sur, en la isla de Cerdeña, "donde se mandaba de castigo a los carabineros". El Cagliari jugaba en segunda división y entrenaba en campos de tierra. Ir a Cerdeña contravenía la lógica, pero Gigi era distinto. Cuando Italia perfeccionaba el cerrojo defensivo, él ejerció la disidencia de hacer goles. Hasta la fecha, es el máximo anotador del Cagliari, con 164 tantos, y de la selección italiana, con 35 en 42 partidos, cuota de embrujo.

Hijo de un ferrocarrilero, descubrió que la pierna derecha sólo le servía para subir al tren. Pero en la izquierda tenía una potencia que el periodista Gianni Brera bautizaría como "El sonido del trueno" (Rombo di tuono). A los 9 años perdió a su padre en un accidente, y en la adolescencia a su madre. Dejó la escuela a los 14 para trabajar en una fábrica automotriz y jugar al futbol con el tesón de quien apuesta su última carta. Ciertos genios (Pelé o Messi) no necesitan descubrir sus evidentes facultades. En cambio, Gigi debía explorar la virtud de sus limitaciones. Era tan zurdo que sólo podía jugar en el rincón izquierdo; demasiado alto para burlar, perfeccionó la puntería de sus disparos. Desde 1963, cuando debutó con el Cagliari, hasta su retiro en 1976, su repertorio tuvo la sencillez del relámpago. Con él en punta, Italia conquistó la Copa Europea de Naciones en 1968 y el segundo lugar en México 70. Protagonista del "partido del siglo" contra Alemania, remontó el marcador en el estadio Azteca mandando un zurdazo al ángulo con firma de autor.

Su mayor triunfo había ocurrido poco antes. En la temporada 1969-70, Cagliari conquistó por primera y única vez el scudetto de la liga italiana. El modesto equipo de la isla dejó segundo al Inter y tercero al Juventus. Como en otra saga del Mediterráneo, el astuto Ulises superó a los poderosos. Riva fue para Cagliari tan importante como Maradona para Nápoles, con dos diferencias: su conducta fuera del campo resultó intachable y su lealtad duradera.

Tres veces campeón de goleo, recibió ofertas millonarias para ir al norte. El Juventus de Turín quiso cambiarlo por siete de sus jugadores, pero "El sonido del trueno" no defraudó a su gente. El Inter de Milán pensó en ficharlo, pero desistió cuando supo que los obreros de Cerdeña que trabajaban en la refinería propietaria del equipo harían una huelga si eso ocurría. Cada vez que una oferta llegaba a la isla, miles de personas salían a la calle a pedir que se quedara. Ídolo de los mineros, los marinos y los pescadores, Gigi departía con ellos. Lo que más le impresionó en una manifestación fue "ver a una anciana que no sabía nada de futbol, pero sabía que yo no iba a traicionarlos". En un negocio de traspasos y especulaciones hubo al menos un grande que fue fiel a los suyos.

La fisonomía a veces es aliada del destino: Riva tenía el rostro de un emperador romano escapado por azar de una moneda. Presidente honorario de su equipo, acompañó a la selección italiana a seis mundiales en el cuerpo técnico. En 2005, el número 11 fue retirado para siempre de la alineación del Cagliari.

El pasado 24 de enero miles de seguidores se reunieron para despedirlo en Cerdeña. Cuando el ataúd salió de la carroza, los barcos tocaron sus sirenas. El adiós que merecía Ulises.

Alessandro Vocalelli escribió en La Gazzetta dello Sport: "Los mitos no se cuentan. Se miran, se contemplan, sólo se celebran. Y él fue un monumento del futbol italiano".

No hay héroe sin rivales. Nuestra selección formó parte de las muchas víctimas de Gigi Riva; quedamos fuera del Mundial de 1970 con la amarga derrota de 4-1 ante Italia. El extremo izquierdo nos anotó dos veces. Riva festejaba con los brazos tensos hacia abajo, como si la felicidad fuera una forma del ejercicio.

Esa tarde mi generación recibió una de las más generosas enseñanzas del futbol: el talento de Gigi Riva nos hirió de maravilla y nos reveló, por primera vez y para siempre, la nobleza de admirar al adversario.

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