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Alfredo perdió la vista, pero no la esperanza

Pide caridad en la estación del Tuzobús Tecnológico de Monterrey en Pachuca

Escrito en Hidalgo el
Alfredo perdió la vista, pero no la esperanza

Con un sombrero de pescador, un pantalón de vestir y unos tenis rotos, don Alfredo dice tener las fuerzas, no sólo para subir más escalones, sino para llevar más dinero a su casa y algún día acudir con un doctor que le pueda decir por qué perdió la vista.


Con un palo viejo de escoba, Alfredo Salas San Agustín tanteaba la distancia y la altura de cada escalón del puente peatonal de la estación del Tuzobús Tecnológico de Monterrey antes de dar un paso.  

 


Llevaba colgando en su hombro una bolsa costal blanco, en la que había dos tortas de jamón envueltas en servilletas y agua en una botella de refresco. Se las puso su hija para que almorzara.


Se detuvo cuatro escalones antes de llegar al puente. Se pegó al pasamanos y ahí se quedó un largo rato, con los ojos bien abiertos, aunque nublados, y estiró la mano esperando que cayeran las monedas que llevaría para ayudar para comprar comida y ayudar a pagar la renta de la vivienda en la que vive en la colonia del Huixmí, junto a su hija y su nieta.


“Me duele mucho la cabeza, dicen que porque me dio una enfermedad y por eso ya no veo… ya no pude trabajar”, comenta tímidamente don Alfredo, de 65 años de edad, oriundo de Huehuetla y quien llegó desde joven a Pachuca.

Paradójicamente, pareciera invisible para los ojos de los transeúntes que pasan a su lado sin siquiera mirarlo y mucho menos darle una moneda. Sólo con su oído, percibe cada vez que pasa la gente cerca de él y les dice “regáleme una caridad”… “Gracias, que Dios lo bendiga”, cuando cae una moneda.



Esa mañana de invierno, el anciano invidente platicó con AM Hidalgo de su padecimiento que comenzó hace más de cuatro años. Hasta el momento no sabe qué fue lo que le causó la ceguera, pese a que se estaba atendiendo en el sector salud público, comenzó a mermar su visión con los dolores de cabeza que le daban.


“No es diabetes… sólo me comenzó a doler la cabeza y de ahí fui dejando de ver”, indica mientras ajusta las dos chamarras que lleva puestas para guarecerse del frío y agrega que no todos los días pide ayuda.

Tras despedirse, sigue su andar incorporándose, apoyándose del pasamanos. Antes de llegar a la rampa de acceso a la estación, Don Alfredo se detiene, se pone de cuclillas, mete su mano en el costal para sacar una bolsa transparente de la que toma una torta y la comienza a comer lentamente.
 

 

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